lunes, 30 de agosto de 2010

No miraba ni sus pechos, ni su culo, ni su boca. Únicamente sus ojos. Una ternura sincera se traslucía en su rostro. No una ternura de abuelo, no la de un marido que todavía quiere a su mujer pero ya no la toca. No, era diferente: una ternura sincera de hombre. Algo que no había visto a menudo en los últimos tiempos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario